COLEGIO Nº 3 "MARIANO MORENO"
"Declárase Patrimonio Histórico y Cultural de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en un todo de acuerdo con la Ley 1227, al edificio que ocupa y al Colegio N° 3 Mariano Moreno, ubicado en la Avenida Rivadavia 3577 de esta Ciudad." LEY N° 3.739 Sanción: 15/12/2010 Promulgación: De Hecho del 19/01/2011Publicación: BOCBA N° 3614
Comentarios sobre el Colegio Nacional Mariano Moreno por Carlos Araujo en el Blogs El Buenos Aires que se fue (http://blogs.monografias.com/el-buenos-aires-que-se-fue/category/la-educacion/ )
El Colegio Nacional Mariano Moreno está ubicado en el barrio de Almagro, en la calle Rivadavia 3577.
Allí cursé el bachillerato desde 1946 a 1950, cuando los colegios de la ciudad de Buenos Aires no eran mixtos y se asistía de lunea a sábados. Se utilizaban dos entradas: la de Rivadavia para el plantel docente y la de Bartolomé Mitre, exclusiva para el alumnado.
Edificado en planta baja y 2 pisos, poseía amplios patios en la Planta Baja, donde se reunían los alumnos para el acto de izar la bandera, al comenzar las tareas de cada día.
Treinta divisiones para el turno mañana y 30 en el turno tarde, con 40 alumnos cada una, dan una idea de la cantidad de alumnos que asistían, sin mencionar que en el turno noche, funcionaba como Colegio Comercial para graduarse de perito mercantil.
Un plantel de profesores de primera línea, fue característica dominante durante mi paso por este centro educativo. Figuras de la talla de Baldomero Fernández Moreno, Ricardo Levene, Narciso Binayán, Manuel Gómez Carrillo, relevantes en sus correspondientes asignaturas, jerarquizaban al Colegio.
Yo vivía en la manzana, a escasos 150 metros. Desde el fondo de mi casa, se escuchaba el sonido del timbre de entrada. Más de una vez salí corriendo después de oirlo, para llegar antes del cierre del portón de Bartolomé Mitre.
Fueron 5 años de formación cultural con compañeros que alcanzaron renombre nacional e internacional. Leopoldo Mames en música, Sergio Renán en cine, Natalio Fejerman en Neurología infantil, Horace Lannes en Diseño de Vestuario, son sólo algunos ejemplos conocidos con quienes compartí el aula.
Al cumplirse 25 años de nuestra graduación, regresamos al Colegio para disfrutar de una clase evocativa dictada por el profesor de 5º año, Sr. Atilio Alterini. Fue un reencuentro muy emotivo con los ex-compañeros de aquel Buenos Aires que se fue.
Examen de ingreso
Mientras cursábamos el último año de la escuela primaria, llegaba el momento de realizar los pasos necesarios para preparar el examen de ingreso. El primero fue adquirir el “Manual de Ingreso”. Contenía dos materias, Matemáticas y Castellano.
Nuestro maestro de 6º grado se ofreció a prepararnos en su domicilio, 2 horas, 2 veces por semana, por el pago de una suma modesta. Como pudimos apreciar que los resultados no eran buenos, realicé el curso en un Instituto Incorporado.
Matemásticas por la mañana, 4 horas; Castellano por la tarde, 4 horas, de lunes a sábados. La exigencia era totalmente distinta. El aula estaba completa. Los docentes eran muy exigentes; tenían un prestigio ganado en base a los buenos resultados obtenidos. Lo cierto es que asistí durante un mes. Y llegó el día señalado.
Fue en el Colegio Mariano Moreno. Era un edificio grande con la extensión de una calle; tenía entrada por Rivadavia y por Bartolomé Mitre. Patios enormes donde pasábamos desapercibidos. De la romería previa cambiamos al silencio cuando ingresamos al aula, muy grande, para 40 alumnos, con grandes pizarrones.
La gran diferencia que observé fueron los pupitres. Eran individuales, más cómodos y estaban cubiertos de rayones, marcas y escrituras. No tenían tintero. Por la mañana rendimos Matemáticas. Nos entregaron unas hojas en las que previa identificación, anotamos las preguntas correspondientes. Era mi primer examen. Estaba nervioso y no contesté todas las preguntas correctamente.
La secuencia de pasos se repitió por la tarde con Castellano. Estaba más tranquilo y contesté mejor el cuestionario. Después, la incertidumbre de la espera. No recuerdo cuantos días pasaron antes de regresar al Colegio y verificar los resultados. En grandes planillas y por orden alfabético, figuraban los puntajes obtenidos.
Todos los que superaban un mínimo allí especificado, accedían al ingreso. Mi nombre figuraba dentro del margen de aceptación. Había ingresado al Colegio Nacional en diciembre de 1945 de aquel Buenos Aires que se fue.
El boleto
Cursaba el 4º año del turno mañana en el Colegio Nacional Mariano Moreno.
Todas las mañanas, antes de entrar en el aula, las divisiones de 40 alumnos, formaban en el amplio patio de la planta baja, durante la ceremonia del izamiento de la bandera a cargo del mejor alumno, a los sones de la canción “Aurora”.
Ya en plena formación y mientras esperábamos el comienzo de la canción “Aurora”, observé un boleto de tranvía en el suelo, a un par de metros de donde me encontraba. De pronto, se acercó el Sr. Vicerrector y me ordenó que lo levantara. Su indicación me molestó y contesté: “-No lo levanto porque no lo tiré”. Él insistió con un tono imperativo. Yo sentía a los cientos de ojos de los estudiantes observando esa escena.
Mi rostro estaba enrojecido, por una mezcla de indignación y temor, pero mantuve mi negativa en firme. El Señor Vicerrector me preguntó en que año y división me encontraba, y se alejó. Ya en el aula, al cabo de 10 minutosde clase, apareció el Señor Vicerrector, solicitándole a la profesora que se retirara porque “tenía que conversar con el alumnado”.
Inmediatamente se dirigió a mí, preguntándome donde vivía y porqué concurría a ese colegio. Vivía en Ciudadela desde hacía un año, a 7 cuadras de la estación de tren. Hasta un año antes, había vivido en la misma manzana del Colegio y desde mi casa, escuchaba el sonido del timbre de entrada. El Vicerrector señaló que, por razones de distancia, tenía que cambiar de colegio, que era mejor para mí y para el colegio, porque así se evitaban disturbios.
Contesté que no tenía la intención de hacerlo. Finalizó sus comentarios indicándome que al finalizar el día de clase, concurriera a la Vicerrectoría. Así lo hice y cuando se retiró el último alumno y en el Colegio no había nadie, apareció el Vicerrector preguntándome :-¿Qué hace Ud aquí?. Contesté que él me había citado y entonces, cambiando su voz dijo:”A Ud no le gusta que lo basureen, pero tiene que colaborar. En lo sucesivo, procure tener un espíritu más elevado de colaboración. Puede retirarse”.
Desde la Vicerrectoría hasta la puerta de salida, había una distancia de 100 metros aproximadamente. En ese lapso rebobiné las experiencias contraproducentes de esa mañana. Y de pronto, me sentí en paz. Al abrir el portón que me separaba de la calle, un griterío me impactó. Casi toda la división estaba esperando mi llegada, acosándome con todo tipo de preguntas. Contesté en el medio de una rueda.
Con el recuerdo de palmadas en la espalda y múltiples exclamaciones, cerré un día de clase inolvidable en el Colegio Mariano Moreno, en ese Buenos Aires que se fue.
Carlos Araujo: Periodista Médico - Historiador e Investigador de Buenos Aires del Siglo XX.