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Las luces de China

 

En octubre o noviembre de 1991, estrenamos en el Moreno la obra de teatro China. Fue en el marco del Morenarte, un festival en el que los alumnos del colegio presentaban fotos, literatura, pinturas, música, teatro, etc.

Se había empezado a hacer el año anterior y coincidía con la muestra de ciencias. Poco tiempo después de que empezaran las clases, se me ocurrió escribir una obra de teatro sobre mi generación (mi generación, en aquel momento, era la juventud, o sea que la obra sería, a su vez, sobre la juventud). Una vez que tuve listo el texto se lo pasé a los actores: Claudio Tolcachir, Verónica Fernández, Victoria Solarz y Natacha Delgado (estas dos últimas no eran alumnas del Moreno, sino del Avellaneda, que era como mi segundo colegio: tenía muchos amigos allí). Además, le pedí a Claudio que la dirigiera. Empezamos a ensayar en el living de mi casa. Claudio pedía que se oscureciese el ambiente y empezaba a trabajar con las actrices a un nivel muy profundo. Al principio, el texto ni se tocaba: se trataba de encontrar los personajes por el lado emocional, más allá de las palabras. Mi departamento era pequeño y mi madre quedaba confinada en su cuarto sin poder salir, por miedo a sacar a las actrices del trance. Un día, me acuerdo, no aguantó más y salió de su cuarto; cruzó el living, a paso firme, hasta la cocina, como diciendo: ¡ésta también es mi casa! Seguimos ensayando, con intermitencias, hasta el viaje a egresados a Bariloche. De casualidad, nuestro último día en esa ciudad, coincidió con el primero de los chicos del Avellaneda. Y encima, en el mismo hotel. Ambas divisiones nos despedimos con una guerra de panes en el comedor. Bajo una lluvia de miñones, nos reunimos con Vicky y Natacha. Quedamos en retomar los ensayos apenas llegaran a Buenos Aires. A Verónica, sin embargo, la notaba medio apagada. De vuelta en el colegio, Claudio, el director, me comunica que se bajaría del proyecto porque estaba con muchas cosas, y además consideraba que no llegaríamos con los ensayos. Para peor, Verónica decidió seguirlo. China se iba a pique. Pocos días después, los organizadores del Morenarte pasaron por nuestra aula para inscribir a los alumnos que quisieran participar del festival. Verónica me miró y, si bien en ese momento no nos anotamos, en sus lindos ojos azules noté que no estaba todo dicho. Por otra parte, Vicky y Natacha no dudaban: “la hacemos o la hacemos”, me dijeron. Unos días después, coincidimos con Verónica en una charla que la UBA organizaba en el Nacional Buenos Aires para alumnos de quinto año. Me dijo que había cambiado de parecer. Enseguida se sumó a los ensayos que yo estaba dirigiendo directamente en el colegio (no tan intensos como los de Claudio; más operativos, digamos). Hablando de Claudio, decidí no reemplazarlo sino directamente eliminar su personaje, que era nada más y nada menos que el Tiempo. Algo tan simbólico, más que un personaje hubiera sido un error. El argumento de la obra consistía en el reencuentro de dos amigas adolescentes que se habían separado al empezar el secundario, porque la familia de una de ellas se había ido a vivir a Portugal. Unos años antes, en 1989, había habido en la Argentina una crisis económica muy fuerte, por la cual muchas familias habían tenido que irse a buscar trabajo a otros países. Tal vez tenía en mente eso a la hora de escribir China. No lo sé. A su vez, las dos amigas tenían una en común, una especie de visionaria, un mito en la vida de ambas, que había muerto y que en un momento aparece. La obra tal vez era un poco pomposa y alambicada, pero lo que me sigue sorprendiendo es la cantidad de recursos estéticos y narrativos empleados: poemas grabados, imágenes proyectadas por un televisor, en las que desfilaba la TV más bizarra y el cine más sofisticado. En ciertos momentos en que las actrices expresaban un monólogo interior, usaban una linterna: se hacía el apagón, y sus caras aparecían brillando en la oscuridad (creo que había visto el recurso en la película All That Jazz, de Bob Fose). En un momento, de la nada, aparecía un personaje en medio del escenario, y una de las amigas le decía a la otra que se trataba de alguien del público “que se había caído para este lado”. En los días previos al estreno, lo único que yo tenía en la cabeza era China. Veía y oía todo en función de la obra. Una noche, por ejemplo, pasamos con mis amigos al lado de un volquete lleno de residuos de una obra en construcción. Allí donde ellos no veían más que basura, yo distinguí, nítidos, los tachos de pintura vacíos con que confeccionaría las luces de China. Por aquellos días, todo venía a cuento. Para el estreno, nos asignaron la primera aula que está a la entrada de Mitre. Supongo que seguirá teniendo ese inmenso armario de madera que ocupa toda la pared. Al verlo, decidimos que el fantasma de la visionaria saldría, sorpresivamente, de la parte de arriba de ese armario. Finalmente, la obra fue un éxito. Se hicieron varias funciones más de las que se habían programado. A los gritos, un chico le preguntaba a otro (en la otra punta del patio) si ya había visto China. Yo, feliz. Pasaron tantos años que hay muchas cosas que ya me olvidé (aunque pude recordar mucho más de lo que pensaba), pero de lo que no me olvido es lo que sentía en esos días previos al estreno, tocado por primera vez por el calor de un sueño, jugado cien por cien a mi proyecto.

 

Ficha:

Actores y actrices: Victoria Solarz, Verónica Ferrnández, Natacha Delgado, Lucas Soares, Hernán Arrué.

Operadores de sonido, luces e imágenes: Alejo Siri, Marcos Martínez, Hernán Lucas.

Texto y dirección: Hernán Lucas.

 

Hernán Lucas

Egresó en 1991.

En la actualidad vive en Buenos Aires. Es librero desde los 18 años y titular de la librería Aquilea desde el año 2007.

Publicó Un tapado de arena, Prosa del cedido por el oro y Aquilea. Crónicas de una librería.

 

"colegio mariano moreno nº 3"
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